Cabalgata (civil) de Reyes
Ayer me tocó vivir como padre mi segunda Cabalgata de Reyes. Más que vivir, debiera decir "sufrir". Para estar en primera línea y no tener que cargar a hombros con mis chicas todo el rato, llegamos muy temprano, demasiado: tuvimos que esperar dos horas a que llegasen (y media hora a que pasasen por delante de nosotros). ¿Quiénes, los Reyes Magos? Quita, quita. Ellos, solos, habrían llegado muy rápido. Lo peor fue el cortejo que les precedía.
Primero, una variopinta y poblada colección de policías municipales, policías nacionales, voluntarios y profesionales de la Protección Civil y personal de la Cruz Roja, entre otros; todos ellos bien motorizados.
Pero para motorización lo que vino en segundo lugar, la representación (seguramente al completo) de la asociación de amigos del Seat Seiscientos de la localidad, con unos ocho vehículos cargados de adultos y niños por dentro y de paquetes (vacíos) de regalo en sus respectivas bacas. Con adornos ad hoc, por supuesto.
Siguieron unos gigantes y cabezudos; bueno, un gigante, con forma de dragón y la bola del mundo en la mano (?), y un par de cabezudos, con una comparsa poco animada. Debían de estar cansados, tras dos horas y pico de recorrido.
A continuación, una representación de las casas regionales, la de Andalucía, con un feo escenario sacado de la película El Mago de Oz (por aquello de la "oz" y el martillo, supongo), y la de Castilla-La Mancha, con (lo han adivinado) una carreta conmemorando el IV centenario del Quijote: pastores (un par de decenas) con pellizas sintéticas y un pobre cordero de polispán (¿se escribe así?) dando vueltas sobre una lumbre virtual.
Siguió la representación de los extranjeros de la localidad, en este caso, la diablada boliviana, quizá lo más vistoso (y marchoso) de toda la procesión.
Tras los diablos se fue entrando, por así decirlo, en materia. Unos romanos de lata en pecho y/o laureles dorados sobre las orejas fueron sucedidos por vecinos vestidos de ¿moros? sacados, quizá de las Mil y una Noches. Judíos, identificables como tales, no vi; quizá no supe encontrarlos. Aquí y allá aparecían conjuntos de vecinos vestidos de estrellas o de árboles de Navidad. Allí y acá, coches con publicidad de los patrocinadores de la cabalgata: autoescuelas y la Ciudad del Automóvil. Los caramelos que lanzaban los ocupantes de las carrozas también llevaban publicidad.
Hubo tres camellos, dromedarios, para más señas, sí señor. Pero no llevaban a los Reyes montados, sino que transportaban paquetes de regalos vacíos. La protectora de animales debía de estar cerca. Uno, el más reivindicativo, decidió liberar un inacabable torrente de aguas menores justo delante de nuestra estratégica posición, para regocijo de mis chicas. El control antidoping subsiguiente dio positivo, claro.
Tras algún coche publicitario más llegaron las carrozas de los Reyes, tiradas por cuatro-por-cuatros o automóviles de potencia similar. Primero, Melchor, claro. Con unas barbas postizas mal colocadas. Qué poco cuidado. Acompañado por una música del todo navideña: una canción melódica de uno de los últimos éxitos de un cantante "romántico" español. Luego, Gaspar, claro también. No recuerdo qué música le acompañaba, pero sí que arrojaba caramelos a manos llenas. Ningún otro Rey Mago lo hacía; para eso estaban sus pajes: todavía hay clases. Y, por último, un Rey Baltasar no teñido, saludando a ritmo de salsa caribeña... ¿lo pueden creer? No lo he dicho, pero lo han sospechado: no sonó ningún villancico en toda la cabalgata. No vayamos a herir sensibilidades.
Ahí lo tienen. Una cabalgata (civil) de Reyes. No tengo nada en contra, aunque creo que es mucho mejor una cabalgata tradicional, con los Reyes, sus pajes y poco más, sobre todo por la salud de la espalda y los riñones de padres y abuelos. O, ¿qué creían, que al final no hubo que cogerlas a hombros?
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