Me incita un comentarista "anonymous" (son los peores, se esconden en el anonimato para hacer las preguntas o propuestas incómodas)
en Malaprensa (donde, por cierto,
hoy se critica a la prensa por tragarse la cifra mágica del 10% de homosexuales) a tratar el tema de por qué en España el Congreso ha llegado a aprobar la modificación del Código Civil que permite el matrimonio de personas del mismo sexo. Como él/ella dice, sin entrar en la bondad del asunto, cabe preguntarse por qué aquí, por qué ahora.
Anoto aquí mi respuesta rápida, e invito a los lectores de este blog a que anoten la suya. Yo creo que el razonamiento se refiere, fundamentalmente, al cálculo político del gobierno. Se trata de un gobierno y antes un partido de oposición en campaña electoral casi desde finales de 2002, que quiere ocupar el espacio electoral que va desde el centro/centro-izquierda a la izquierda, haciendo desaparecer o condenando a la máxima irrelevancia a Izquierda Unida. Casi ha conseguido esto último. Para ello, tiene que conseguir una
adecuada combinación de políticas, con dosis variables de política real y política simbólica.
Las dosis altas de política real son fundamentales en una política económica de continuidad con las que hacía el PP que, a su vez, habían sido insinuadas, en parte, por el último PSOE (Solbes). Digo insinuadas, porque, en realidad, Solbes no consiguió imponerse a la rama "gastona" del partido y en cuanto se apreció una mínima recuperación de la economía en 1995, los esfuerzos por controlar el gasto (y el déficit) se relajaron. No es que Solbes o Sebastián sean liberales, Dios nos libre. Son socialdemócratas bastante equiparables (si les deja la susodicha rama "gastona" que tienen los partidos, especialmente los de izquierda) a Rato y Montoro. Pero sirven, más que de sobra, para mantener una política económica estándar, que no haga más daño del habitual al crecimiento económico. Incluso están hablando de bajar el impuesto de Sociedades...
Con una política económica "realista" se mantiene, simplificando bastante, el voto de centro.
Al voto de izquierdas se le gana o mantiene, en parte con esas políticas realistas, pero, como resultan demasiado "de derechas", hay que alimentarlo con políticas con un alto contenido simbólico. No digo que se trate de políticas sin consecuencias prácticas, sino que prima en ellas lo declarativo, lo evocativo, la palabra antes que el acto. El texto antes que el gasto.
Me refiero a políticas como la lucha contra la "violencia de género". Ya el término es simbólico, pues otros prefieren "violencia doméstica". Por supuesto que es una política con consecuencias reales, si las medidas son eficaces y previenen agresiones y homicidios, pero también tiene una gran dimensión simbólica en el marco de otras política destinadas a la igualdad de derechos/oportunidades/condiciones entre hombres y mujeres. O políticas como la relativa a las clases de religión en la enseñanza pública. Claro que tiene consecuencias, pero, ante todo, sirve para marcar un territorio, para delimitar quienes son los aliados y quiénes los adversarios. Bien administrada, sirve para situar a quien pone dificultades a esas clases en el terreno del progreso, y a quienes se oponen en el terreno de la regresión. O políticas como la de auspiciar el levantamiento de las tumbas de la guerra civil y la revisión de los juicios celebrados bajo el régimen de Franco. Desde luego que pueden tener consecuencias, sobre todo de enfrentamiento entre los españoles, pero no cuestan mucho, no cuestionan, en el corto plazo, la política económica "realista".
Para mí, aparte de la sinceridad de los esfuerzos de los políticos correspondientes, de la que no dudo, el promover el matrimonio de personas del mismo sexo tiene un elevado componente simbólico y, más importante, poquísimos costes en términos de votos.
No creo que hubiera una demanda amplia favorable a este cambio legal, pero, y esto es lo fundamental, tampoco hay una oposición amplia. Más aún, lo que está claro es que, si hay algo, es un (quizá tibio) apoyo a la medida. Un apoyo que cubre, fácilmente, a dos tercios de los mayores de edad. Tal es la proporción que, por ejemplo, en
este estudio del CIS, llevado a cabo en junio de 2004, cree que las parejas homosexuales estables han de tener los mismos derechos y obligaciones que las parejas heterosexuales (67,7%), que las parejas homosexuales han de tener derecho a contraer matrimonio (66,2%), o no creen que la homosexualidad sea antinatural (67,8%). Porcentajes más amplios se oponen a la sanción de la conducta homosexual (88,0%), creen que la opción homosexual es tan respetable como la heterosexual (79,0%) o que su sexualidad es, simplemente, distinta a la de la mayoría (76,6%).
Con dos tercios de apoyo, aunque sea tibio, a los matrimonios de homosexuales,
la probabilidad de pagar un precio electoral es bajísima. Además, es probable que el rechazo esté concentrado en sectores en los que el PSOE tiene muy difícil "pescar" votos, tal como puede ser (aunque no lo he podido comprobar) en los católicos practicantes. Por otra parte, la posibilidad de articular una oposición amplia a esta medida es posible pero muy difícil, dadas las mayorías consideradas.
Esas políticas simbólicas, de las que he mencionado sólo un par de ejemplos, pueden servir también para atraer más fácilmente a un electorado, no sólo de izquierdas (véase las mayorías anotadas), propio de sociedades en las que las necesidades materiales están más que cubiertas y que, por tanto, s
e dejaría cautivar más fácilmente por cuestiones de "valores". Un electorado especialmente sensible a ese tipo de argumentos tras ocho años de notable bonanza económica. Y un electorado al que, a su vez, parece relativamente fácil convencer de que el funcionamiento adecuado de la economía es algo que va de suyo, que no requiere un paulatino "quitar trabas" (liberalizar, reducir impuestos) y una continua evitación de tentaciones intervencionistas y proteccionistas.
Faltaría explicar el por qué ahora. Imagino que esto tiene que ver con la labor de agitación de los activistas correspondientes (colectivos homosexuales, feministas) en los últimos tiempos, que consiguieron introducir en las plataformas de los partidos de izquierda sus reivindicaciones. Éstos partidos, al llegar al poder, en parte se han visto "presos" de sus promesas electorales, en parte, es el caso del PSOE, ha podido contar con una panoplia de medidas, simbólicas como digo, para presentarlas como programa, más o menos coherente, de gobierno.
Vaya, al final la respuesta rápida y corta ha sido larga. Vale por ahora y tengan en cuenta los lectores que se trata sólo de hipótesis, eso sí, con un poquito de sustancia.